A evangelização franciscana na educação diante dos desafios da cultura atual
01/12/2015

“La evangelización franciscana en la educación frente a los desafíos de la cultura actual”
Me da mucho gusto estar con ustedes en esta reunión, que nos congrega de toda América Latina para cualificar cada vez más vuestro servicio de educadores.
Permítanme comenzar con una nota personal. Empecé hace tres meses mi servicio en la Curia general en Roma, en la Secretaría de Formación y Estudios, y este es mi primer viaje importante para este servicio. Les agradezco la invitación y les confieso que me siento muy contento de escuchar y hablar de educación y enseñanza: en mi “vida anterior”, es decir, antes del actual oficio en la Curia general, fui sobre todo profesor, así es que me siento muy cerca y en de cierta manera “colega” de todo ustedes. Enseñé teología durante treinta años, pero sobre todo durante nueve años enseñé historia y filosofía en un Liceo dirigido por mi Provincia. Y tengo que decir que la experiencia de la enseñanza en la escuela, con los adolescentes y jóvenes de los dieciséis a los dieciocho años, ha sido una de los más bellos desafíos que he experimentado en mi vida de enseñante; tal vez esa experiencia ha sido más significativa, para mí, que enseñar teología, que también me apasionó. Ustedes saben, como yo, la alegría que se experimenta cuando logramos captar en los ojos de los jóvenes que nos escuchan un relámpago de interés, ese encenderse de la mirada que significa: “¡He entendido! ¡Qué interesante!”. Creo que es la mayor satisfacción que podemos tener en el trabajo de enseñantes, que a menudo es agotador y difícil. Pero también creo que, además de esta inmediata y natural motivación positiva, es necesario reflexionar sobre el significado de nuestro compromiso con la educación, para encontrar la fuerza de llevarlo a cabo con fidelidad y sobre todo para orientarnos siempre mejor y en la dirección más justa, más evangélica y más franciscana. Así es que a continuación le ofrezco algunas reflexiones sobre este tema.
La educación en la espiritualidad franciscana
Nuestro compromiso en los centros de estudio franciscano se inserta en la misión evangelizadora que pertenece dese los orígenes a nuestra espiritualidad. Cuando digo “nuestra espiritualidad” me refiero a la espiritualidad franciscana, que es la misma para todos nosotros, que pertenecemos a Órdenes, Institutos, Congregaciones religiosas diferentes, pero que estamos unidos por la común referencia al extraordinario modelo pedagógico de Francisco de Asís.
La primera consideración que podemos hacer es que el compromiso con la educación a través de los centros escolares no formaron parte de las actividades de Francisco o de la primera generación franciscana, pero forma parte del desarrollo del carisma. El carisma del fundador, después de haber suscitado una familia religiosa, viene confiada por él a la comunidad de personas que forman el núcleo inicial y en tal comunidad, a lo largo de los años, sigue creciendo y dando nuevos frutos. En nuestro caso franciscano, tenemos bien presente la llegada de los dos primeros compañeros, el hermano Bernardo y el hermano Pedro[1], que se presentan a Francisco y piden compartir su forma de vida; Francisco les responde, “Vamos y pidamos consejo al Señor” y juntos van a abrir tres veces el Evangelio. En ese momento, el carisma de Francisco, que hasta entonces había sido exclusivamente suyo, comienza a ser compartido a otras personas: se convierte en carisma de la Fraternidad, ya no es únicamente de Francisco. Ciertamente, dentro de la fraternidad Francisco seguirá teniendo un papel especial, pero hay que decir que, después de la llegada de los primeros compañeros, las opciones se convierten en opciones comunitarias; aunque ciertamente su voz seguirá siendo especial, sin embargo, ya no es la única voz, como se muestra en la Regla no bulada.
Cuando hablamos dedesarrollo del carisma queremos decirel procesode discernimientocontinuo, quele permite a cada familia religiosa de responder en la forma justa alosdesafíos del momento, sin dejar de sercoherente conla intuición original, pero sinsimplemente limitarse arepetirlo que siempre se hahecho.Obviamente, se requieremucha atención: no todo cambiosiempre es buenoy se requiere discernir entre “desarrollodel carisma”y “traicióndel carisma”.Todos sabemosbienla dificultad de estediscernimiento.
He querido recordar este tema del desarrollo del carisma porque de un tal proceso forma parte también la asunción de escuelas y centros de estudio por parte de los frailes. Casi desde los orígenes los hermanos tenían centros de estudio dentro de la Orden, destinados principalmente, pero no exclusivamente, a la preparación intelectual de sus miembros: se trata de los centros de estudio insertos en la gran Universidad y que vieron la presencia de maestros como san Buenaventura y el beato Juan Duns Escoto. Un nuevo tipo de relación con la enseñanza florece a mediados del siglo dieciséis [2], con la presencia misionerafranciscana enlo que se llamóel “nuevo mundo”, cuando nació el fenómenode los Colegios, que son centrosde estudio y de educaciónya no destinadosprincipalmente a los frailes, sino sobre todoa la gente.
En estasescuelasse elaboraronmuchasgramáticasy diccionarios delosidiomas locales, así como textospara la enseñanza delas cienciasnaturales, idiomas, las artes, entre las cuales se incluía la pintura, el canto y la escultura.
La presencia franciscana en la escuela, por lo tanto, es antigua y en este encuentro cabe señalar que este compromiso con la escuela es una característica significativa de la presencia franciscana en especial en América Latina. Tuve la oportunidad de comprobar solamente los datos de mi Orden de los Hermanos Menores, y me he dado cuenta de que en América Latina se concentra más de la mitad de los centros educativos de la Orden en todo el mundo. Controlando las cifras en un Directorio de Educación OFM publicado en el 2007, y con toda la cautela que debemos tener en estas cifras, parece que sobre un total mundial de trescientos trece centros de estudio administrados en ese momento por los Hermanos Menores, más de ciento setenta y, se encontraban en América Latina: es más de la mitad. Creo que estos datos indican una característica de la respuesta que los hermanos sintieron de deber dar a la situación de la población de este vasto continente latinoamericano. El deseo de estar presente con el pueblo y para la gente más pobre y deshereda, ha llevado a los franciscanos a elegir el ámbito de la educación como un servicio privilegiado de evangelización y de presencia. Esos franciscanos han sido guiado por la intuición de que el servicio a los hermanos y la promoción del ser humano, en los contextos en que se encuentran, significaba concretamente una ayuda para la educación intelectual, humana y cristiana. Educar, según la etimología latina e-ducere, es decir, “conducir fuera”: una ayuda a salir fuera, es decir, a crecer, a desarrollarse, a florecer, a poner en acto todas las propias potencialidades con el fin de manifestar la plenitud del ser hombres y mujeres creados a imagen y semejanza de Dios.
Educación y desafíos de nuestro tiempo
El título de este primer día de nuestro encuentro dice que la educación, hoy en día, es una misión central; Creo que se quiere hacer hincapié en la urgencia de la misión educativa para nuestro mundo. Esta urgencia se deriva de los retos que la sociedad actual plantea a los que tienen la tarea de hacer frente a los desafíos de nuestro tiempo.
Cuando hablamos de los “desafíos de nuestro tiempo”, significa que miramos el mundo contemporáneo, en el que el cristiano vive (y por lo tanto también el franciscano). En este sentido, tal vez sea útil hacer una referencia a la Gaudium et Spes, el documento que el Vaticano II quiso dedicar a este tema. Más allá del contenido específico, hay que decir que aún es muy actual el camino que hicieron los padres conciliares en la elaboración de dicho documento: de un título inicial, que hablaba de “la Iglesia y el mundo”, se paso al título actual: “la Iglesia en el mundo actual”. Mientras que decir Iglesia y mundo significaba poner dos realidades, una frente a la otra; la elección de decir la Iglesia en el mundo significa poner la Iglesia en el contexto del mundo, debido a que la Iglesia no es otra cosa respecto al mundo, sin que vive en el mundo. Esta simple consideración nos introduce en el primer problema, que hoy no solo se refiere a la Orden Franciscana, sino a la Iglesia católica: ¿cuál es nuestra actitud fundamental respecto al mundo en el que vivimos? ¿Hemos aprendido a vernos en el mundo, o nos considerarnos otra cosa respecto al mundo?
Actitud hacia el mundo
Si examinamos cuál es la actitud de la Iglesia (y por tanto también de los franciscanos) hacia el mundo de hoy en día, se pueden ver dos tendencias: por un lado, una cierta “psicosis” defensiva de la ciudad asediada y por el otro la consciencia de una Iglesia en salida hacia las periferias, para usar la expresión del Papa Francisco. Estas dos perspectivas distintas se refieren a la relación con el mundo.
En la primera perspectiva, la de la ciudad asediada, el mundo se percibe principalmente como un enemigo, portador de principios negativos, como el relativismo, el consumismo, el materialismo, etc. En esta perspectiva, la Iglesia tiende a afirmar particularmente su diferencia con el mundo, y también su enfrentamiento con él.
La otra perspectiva, que ha encontrado su máximo representante en el Papa Francisco, ve el mundo como el lugar “natural” de la presencia de la Iglesia, que debe hacerse presente en cada situación de la vida y la historia del hombre de hoy para anunciar a Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo. El rasgo característico de una tal presencia debe ser la misericordia, más que la voluntad de oponerse a las cosas que están mal. Ciertamente que eso no significa justificar cada cosa, por el contrario, significa tener una actitud crítica frente a la “cultura del descarte” y de las situaciones de injusticia en el mundo, pero dentro de una visión que sigue siendo fundamentalmente misericordiosa.
Está claro que en esta situación “eclesial”, los franciscanos sienten estar fundamentalmente del lado de los que están llamados a elaborar y hacer presente una actitud positiva hacia el mundo de hoy, viviendo y defendiendo los valores evangélicos propuestos por Francisco de Asís.
Tal actitud es típicamente franciscana: en Francisco se expresa bien el Cántico del hermano sol, la visión fraterna del mundo (él habla del hermano sol y de la hermana luna). Es digno de hacer notar que en el Cántico el mundo no es entendido solo como cosmos (las criaturas como el sol, la luna, el viento, etc.), sino también como mundo humano/social, como bien lo indica la estrofa sobre el perdón: habla de un mundo donde existe el conflicto, y por lo tanto el perdón, así como la “enfermedad y tribulación”. También por este mundo humano, conflictual y sufriente, Francisco alaba a Dios, y sobre todo, afirma que incluso en las dificultades es posible la paz: es esta la síntesis de la actitud positiva hacia el mundo. Y también es la razón por la que podemos ser testigos de la paz hoy en día: no se está en paz porque no existen más problemas (en tal caso deberíamos esperar hasta el fin del mundo para proclamar la paz), sino porque la paz es posible, incluso en situaciones de conflicto que piden perdón (“los que perdonan por tu amor”), o en medio de las dificultades y problemas (“y sufren enfermedad y tribulación”). Esa es la belleza del anuncio cristiano y franciscano: ¡la paz es posible ahora, en el mundo real, sin tener que esperar por un mundo sin conflictos!
Por lo tanto: el franciscano, hoy, está llamada a dar consistencia (también cultural y teológica) a una mirada positiva y pacificada del mundo. Esto, probablemente, es lo que la Iglesia espera de los franciscanos: el hecho de que el actual Papa eligió el nombre de Francisco y que ya en 1986 (mil novecientos ochenta y seis) Juan Pablo II haya elegido Asís para orar con los líderes de otras religiones también indica nuestra tarea. Debemos reconocer la urgencia de esta expectativa, que es la misión de todos los cristianos, incluyendo las otras denominaciones cristianas.
Centralidad de la fe en la actitud hacia el mundo
Por supuesto, una tal visión del mundo es posible solo desde la fe y solo asumiendo la mirada de Dios que “amó tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito”. Se trata de una invitación que reaparece en los últimos documentos de la Orden, que de diferentes maneras instan a redescubrir la centralidad de la fe[3]. El documento final de la reciente Capítulo general dice: “El problema fundamental es un problema de fe. En un mundo que cambia velozmente se trata de acoger con fe la situación actual no como una catástrofe, sino como un misterio lleno de llamadas que forman parte de los designios de Dios”[4].
Esta actitud de fe, por supuesto, no significa cerrar los ojos frente a lo que es negativo, menos aún justificar cada cosa, incluidas la injusticia y la maldad que habitan en el mundo. El mismo Evangelio de Juan, que dice que “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo unigénito”, en otra parte habla del “mundo” por el que Jesús no ora[5]: el mundo por tanto, no siempre es algo digno de ser amado o absolutamente positivo. Sin embargo, sigue siendo cierto que la actitud fundamental hacia el mundo, por parte de quien tienen fe, permanece positivo, de amor que se dona y que cuida de esa realidad, ya que esta fue la actitud de Jesús mismo.
En esta ocasión, no tenemos tiempo para desarrollar la dimensión franciscana de esta fe que sabe ver el mundo de manera positiva. Ella está muy presente en los Escritos de Francisco, que en la Admonición 1ª nos exhorta a pasar del simple ver al ver y creer, pero también es desarrollada por la visión cristocéntrica de la gran escuela franciscana, que reconoce que cada realidad ha sido creada en Cristo y orientada a él, y por lo tanto porta en sí un vínculo radical con el sumo bien, que es Dios.
Diálogo con el mundo juvenil
En esta lectura positiva del mundo de hoy, que mira con simpatía el mundo en que vivimos, un ámbito de especial importancia es el de los jóvenes, con el que ustedes tienen que hacer todos los días, como educadores. En este caso, la tarea es muy urgente: en muchos países hay una fuerte riesgo de “perder” el contacto con las generaciones más joven, o tal vez ya lo hemos perdido, y hay que reencontrarlo. Ciertamente que ustedes que trabajan en la escuela y que están en contacto con los jóvenes, pueden ayudar a toda la Familia Franciscana a renovar su forma de acercarse a los jóvenes.
También en este ámbito, es importante desarrollar una actitud positiva, que no solo subraye los aspectos negativos de la generaciones más jóvenes, sino que tratar de captar también los aspectos positivos. Y aunque si no logramos captar de inmediato todo lo positivo, permanece verdadero el apelo a la realidad: los jóvenes son así, nos guste o no, y si queremos hablar con ellos, primero debemos aceptarlos. Se trata de aceptar sus diferencias en comparación con los modelos de las generaciones anteriores, y “entrar”, en la medida de lo posible, en su mundo mental, con la “empatía” que se necesita en cada diálogo. Por supuesto, no solo se trata de correr detrás de los jóvenes para que vuelvan al redil, pero necesitamos dejarnos interrogar por ellos, de manera positiva y crítica, e interrogarnos recíprocamente sobre el sentido y significado de la vida, sobre la experiencia cristiana, sobre el futuro que podemos construir juntos; se trata de encontrar formas de intercambio y de interrogantes mutuas.
Un primer interlocutor con quien experimentar todo esto son los jóvenes de vuestras escuelas, con los que ustedes llevan a cabo su tarea educativa y que a menudo nos muestran una realidad diferente a la que estamos acostumbrados. ¿Qué esfuerzos hacemos para entenderlos, antes de juzgarlos? Nuestra concepción de la relación educativa es de un solo sentido, es decir, es una transferencia de datos y creencias de nosotros hacia ellos, o ¿verdaderamente llega a ser un diálogo, en el que nos dejamos poner en cuestión, sin perder nuestra identidad como educadores?
También en este esfuerzo, nuestra identidad franciscana nos ayuda, sobre todo por la fascinación que san Francisco sigue ejerciendo, incluso entre las nuevas generaciones. Entre los textos de las Fuentes franciscanas, se podría recordar la Leyenda de los tres compañeros, que es una “novela de formación” del joven Francisco, sobre todo en los primeros años de su conversión. Incluso nuestra historia nos muestra una fuerte presencia de los franciscanos en aquel lugar típico de presencias juveniles que fueron las primeras Universidades en las ciudades universitarias y donde hubiera una sede de estudios. Ustedes, con sus centros de estudios superiores, viven esta experiencia cotidiana: el reto es que la podamos transformar en una experiencia formativa para ustedes, así como para los jóvenes, y saberla comunicar a toda la Familia Franciscana.
El desafío de la fraternidad
Otro tema sobre el que podemos ser “proféticos” y verdaderos educadores en nuestro tiempo es el de la fraternidad. El hombre moderno tiene una gran necesidad de comunión, de relaciones buenas y amistosas, pero experimenta la dificultad de vivirlas: incluso los jóvenes con quién ustedes tienen que ver todos los días, a menudo viven una paradójica experiencia de soledad y profundas dificultades de relación. La dimensión de la “fraternidad” es una fuerte intuición evangélica de Francisco, y toda la tradición franciscana, con altibajos, siempre ha dado testimonio de ella, de diferentes maneras. “Fraternidad” es, ante todo, una manera de concebir cualquier relación, humana y cósmica. “Fraternidad” se convierte así en la principal característica de la forma en que vivimos juntos. Nuestra forma de vida que es fraterna, da a nuestros contemporáneos la oportunidad de “ver” la posibilidad de buenas relaciones fraternales. Es un testimonio muy eficaz y quizás aún más posible que otros: mientras que la castidad, pobreza y obediencia, por diferentes razones, no son muy “visibles” en nuestra vida, el testimonio de la “fraternidad” es muy visible y apreciado.
Y este testimonio no solamente les ofrece – a aquellos que nos conocen – la oportunidad de ver lo que significa vivir como hermanos, sino que también ofrece la oportunidad de vivir esta experiencia con nosotros: la vida fraterna según el Evangelio, de hecho, es contagiosa, y no se cierra en sí misma. Nuestras fraternidades no son clubes reservados para unos pocos elegidos, sino que permanecen abiertas para acoger a los que nos frecuentan, involucrándolos y haciéndoles experimentar lo que es vivir como hermanos. La experiencia de la escuela es un lugar privilegiado en el que se experimenta con los jóvenes esta experiencia fundamental de nuestra espiritualidad. La experiencia de la relación fraterna, que propone y hace vivir una escuela franciscana, enseña a salir de sí mismo, hacia Dios y hacia los demás, y también invita a preguntarse acerca de cómo continuar este movimiento de apertura y de salida, sin contentarse de crear grupos cerrados e incluso privilegiados.
Un texto inspirador puede ser la bella expresión de la Regla no bulada: “Y deben gozarse cuando conviven con gente baja y despreciada, con los pobres y los débiles, con los enfermos y leprosos, y con los mendigos que están a la vera del camino”[6]. Es una espléndida fotografía de una fraternidad que no vive solo para sí misma, sino está abierta a los demás, y en especial a los hermanos y hermanas más pobres. Y tengan en cuenta que, al hacerlo, “y deben gozarse”: la alegría es una de las características que distinguen una fraternidad, y por tanto, una escuela franciscana.
Si se vive en clave fraterna, la evangelización cambia y se caracteriza de una manera diferente: los laicos que nos frecuentan se dan cuenta de inmediato, y nos dicen que el clima que se respira de nosotros es diferente porque es fraterno. Se hace posible implementar una evangelización fraterna, en la que no se limita únicamente a dividir las tareas entre nosotros, sino que realmente se puede trabajar juntos, pensar juntos y llevar adelante juntos una propuesta del Evangelio. Creo que hoy la colaboración es una forma concreta de fraternidad. Incluso en la gestión de las instituciones educativas ya saben ustedes que es necesaria la colaboración: tanto al interno de la escuela, incluyendo a los maestros, estudiantes y todo el personal, como entre las diferentes escuelas, ya que es cada vez más difícil de llevar a cabo una escuela solos y por ello se hace cada vez más necesario crear una red con otras instituciones educativas de inspiración franciscana. Entre ustedes hay experiencias significativas de colaboración, que usted conocen mejor que yo, y que pueden ser imitadas.
Esto podría ser un tramo realmente profético y significativo de nuestra presencia, tanto en el mundo de las escuelas como a todos los niveles: el mundo de hoy tiene gran necesidad.
El desafío de una vida pobre
Con excitación y un poco de pudor, es necesario que hablemos también de pobreza. Tal vez es una palabra que debemos utilizar con precaución hoy, porque evoca situaciones de privación y miseria que involucran a muchos de nuestros contemporáneos, pero que posiblemente no nos afecten personalmente en los términos de precariedad extrema, y ni siquiera san Francisco: él sin duda había elegido ser pobre, pero no vivió y no podía vivir la precariedad de los pobres de su tiempo, porque tenía hermanos que se hubieran hecho cargo de él. Es precisamente la dimensión fraterna, de la acabamos de hablar, la que todavía hoy es nuestra garantía contra la extrema precariedad de los pobres, que sobre todo está ligada a la soledad. Y digamos claramente que esta situación, por la que nosotros los religiosos, no vivimos la precariedad extrema de los pobres porque tenemos la seguridad de la vida fraterna, no es una infidelidad al voto de pobreza, sino que es la forma correcta o justa de vivir una relación sana con los bienes económicos, que el voto de pobreza testifica. También el documento final de nuestro último Capítulo general reconoce en este enlace entre “vida fraterna” y “vida de pobreza” un mensaje de vida que podemos ofrecer al mundo de hoy, cuando nos dice:
Estamos llamados a demostrar con nuestra fraternidad y nuestra minoridad un modelo alternativo de vida, válido y profético para los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nuestra Fraternidad nos da seguridad en las duras realidades de la vida y esto puede demostrar una manera concreta para combatir el problema más acuciante de nuestros contemporáneos, principalmente el de la soledad y la precariedad debida al aislamiento en el que vive cada uno, con sus consecuencias a nivel económico, relacional y humano. La minoridad nos llama a vivir sobriamente y a descubrir las razones más auténticas de la felicidad humana, tan diferentes de las que promociona el consumismo[7].
En consecuencia, incluso con todas las precauciones necesarias, pobreza es una palabra importante que nuestra tradición nos entrega y que va testimoniada con un enfoque franciscano en la educación: hoy quiere decir principalmente minoridad, servicio, sencillez de vida, sobriedad, etc. En una sociedad claramente marcada por las aspiraciones al poder, a mandar, al mercado, al interés económico y al éxito, el signo y el sentido de la minoridad/pobreza deben seguir siendo una palabra fuerte de expresar y vivir. Es una actitud que nace de la fe y que nos orienta a darle a Dios todos los bienes, los materiales y espirituales: es el reconocimiento de que el bien es Dios y, por tanto, no nos pertenece, pero deben ser orientados a Él, de quien procede todo bien.
La invitación a sentirse administradores de los bienes y no propietarios, pues además de ser un compromiso para nosotros religiosos, puede ser una actitud para que también demos testimonio aquellos que no hacen una profesión de la pobreza, pero son llamados a gestionar los bienes económicos, como los estudiantes de nuestras escuelas. La antigua relación entre los franciscanos y la economía, a partir del franciscano del siglo XIII Pedro Juan Olivi, quien, a pesar de ser el líder de los “espirituales”, escribió tratados sobre la usura y el precio justo, nos ayuda a comprender que la pobreza tiene que ver con la economía. Y la economía es una dimensión central de la vida de hoy, frente a la cual nuestra elección de la pobreza tiene algo que decir.
Por último, es útil recordar que el compartir con los pobres y las actividades en favor de los pobres siempre han marcado la elección franciscana: la historia de muchas de nuestras escuelas testifica que nacieron precisamente para los pobres. El hecho de que después, a lo largo de los años, muchas escuelas se han convertido en escuelas de ricos, nos debe cuestionar y es un reto en el que debemos reflexionar. En estos casos, ¿cuánto es una evolución del carisma y cuánto es una traición a la inspiración inicial? Yo no tengo una solución que ofrecerles, pero creo que es una pregunta que nuestra fidelidad a la inspiración franciscana nos obliga a ponernos.
El desafío de la ecología integral
Una perspectiva franciscana de evangelización en el mundo de las escuelas, hoy en día, no puede prescindir de la “ecología integral” a la que nos ha invitado el Papa Francisco con la encíclica Laudato si’. Especialmente en el último capítulo, titulado “Educación y espiritualidad ecológica”, que debemos tenerse muy en cuenta en la elaboración de nuestros proyectos educativos.
Creo que es suficiente con volver escuchar algunas afirmaciones del texto:
La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión. Sin embargo, esta educación, llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es posible la donación de sí en un compromiso ecológico[8].
En este sentido, el Papa menciona expresamente algunos ambientes educativos, y el primero es la escuela, seguido por la familia, por los medios, por la catequesis, y otros.
Conclusión
No les he ofrecido una visión orgánica y completa (y tal vez no soy capaz de hacerlo), sino reflexiones y sugerencias para una presencia evangelizadora franciscana en el mundo de la educación, a partir de las características que hemos heredado de san Francisco: la visión positiva del mundo, a partir de la fe, la fraternidad, la minoridad, la atención al cuidado de la creación.
Ahora para terminar, permítanme recordarles también en este tema de la educación franciscana, como ustedes seguramente saben, la Orden de los Hermanos Menores ha publicado en el 2009 una subsidio titulado Id y enseñad. Directrices generales para la Educación Franciscana, Roma, 2009, de la Secretaría general para las Misiones y la Evangelización[9]. Allí usted puede encontrar algunas indicaciones interesantes.
El Señor los acompañe en esta importante tarea de la educación y, especialmente, bendiga a los jóvenes a ustedes confiados.
Frei Cesare Vaiani
V Encuentro de Centros de Estudios Franciscanos Superiores Íbero-Americanos,
y I° Congreso Nacional de Educadores Franciscanos – CFMB
Tema del día: “A Educacão, hoje, é a missão central” (“La educación, hoy, es una misión central”).
Curitiba – 2015
[1] Cf. Anónimo de Perusa 10.
[2] Colegio Franciscano de Tlatelolco (México) en el 1536.
[3] Cfr. El Señor nos habla en el camino14-18; Portadores del don del Evangelio 5-10.
[4] Hacia las periferias con la alegría del Evangelio n. 27.
[5] Jn 17, 9-21.
[6] Rnb 9, 2.
[7] Hacia las periferias con la alegría del Evangelio n. 17.
[8] Encíclica Laudato si’. Sobre el cui dado de la casa común n. 210-211.
[9] Se puede encontrar en el sitio ofm.org. → Biblioteca → Prioridades OFM → Misiones Evangelización.


